Criptonomicón – Romper los códigos de comunicaciones

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Criptonomicón, de Neal Stephenson, y qué nos cuenta de hacia dónde va nuestra sociedad

Eran la escoria social del bachillerato; obsesos de los cómics, la ciencia ficción y los ordenadores, capaces de discutir horas por un detalle de Star Trek o de compatibilidad entre un chip y una placa madre. Ajenos a personas y sus relaciones, su estructura social apenas pasa de jerarquía del picotazo. Pero hoy, por primera vez en la historia, ser ‘geek’ está de moda. Incluso tienen un vate, Neal Stephenson; y una biblia: Criptonomicón.

Somos monos bípedos en lo físico y en lo moral. Homo sapiens es un mono social y, a tal efecto, posee un muy complejo cerebro emocional que etiqueta personas y analiza su funcionamiento, porque sobrevivir en un grupo de monos desnudos es duro, y necesario. Pero somos también monos curiosos; analizamos la realidad y etiquetamos sus partes para usarlas a nuestro favor. Somos simios bípedos, inteligentes y sociales.

La primera pata se llama inteligencia emocional, y caracteriza a políticos, vendedores y artistas. La segunda es la inteligencia racional; es el feudo de científicos e ingenieros, territorio de la lógica una vez extraída la emoción. El imperio de lo ‘geek’.

‘Geek’ es jerga estadounidense para una casta oprimida en su estricta jerarquía social durante la enseñanza media. No era un término cariñoso; en origen el ‘geek’ era, de entre los monstruos de feria, el que arrancaba la cabeza a un pollo de un mordisco. La palabra pasó a designar a esos adolescentes largos, huesudos y con gafas cuyas aficiones tienden a lo esotérico. Ciencia dura y ficción; cómics, ordenadores, laboratorios… Nada de otras personas, excepto otros ‘geek’ para formar grupos donde el estatus se obtiene por la vastedad de los conocimientos exhibidos. Poca o ninguna capacidad de atracción femenina. Cero en posición social.

En el fondo ‘geek’ es una forma de ver el mundo que prefiere los objetos y los hechos, a personas y sentimientos. Es como si las dos patas de nuestra diferencia mental con los antropoides compitiesen, como si fuese necesario elegir entre entender objetos y datos por un lado, y entender a la gente y sus relaciones en el otro.

A veces la elección no es tal; es una enfermedad en la gama del autismo. Las últimas teorías sobre esta dolencia sugieren que es una deficiencia cerebrosocial; el autista jamás llega a crear una Teoría de la Mente. En otros términos: Nunca llega a comprender la existencia real de otras personas. Su cerebro no reconoce la existencia de mentes distintas de la suya; es el solipsismo total.

Podría haber un continuo; en un extremo estaría el autismo, seguido del Síndrome de Asperger y, a continuación, el carácter ‘geek’. Hablaríamos, entonces, de una organización cerebral; el ‘geek’ tendría dificultades para trabajar con sentimientos. El universo de los hechos sería un refugio donde guarecerse de una sociedad incomprensible. La legendaria carencia de habilidad social se debería a una suerte de ceguera selectiva. De ahí el tópico de la Torre de Marfil científica, del ingeniero socialmente inepto, del hacker incapaz de comunicarse sin un ordenador. De ahí que los indudables logros de los ‘geeks’ en ingeniería, ciencia o matemáticas se compensen con el desprecio social. Hasta ahora.

De paria a parangón: el inmediato presente
El carácter ‘geek’ es el modo de funcionamiento de la ciencia y la tecnología, pero también una etapa del crecimiento del adolescente varón y una innovación clave en nuestra historia evolutiva. Sin duda los primeros homínidos que tallaron sílex, pintaron paredes rocosas, hicieron fuego o crearon ruedas eran los ‘geeks’ de sus tribus. Durante milenios su vital contribución a la evolución humana, su participación clave en la idea misma de lo humano, ha sido despreciado.

Los ‘geeks’ eran imprescindibles; pero parias sociales. Su falta de habilidad social les alejaba del ideal. No había Mariquitas Pérez Ingenieras, ni Nancys Científicas; cuando aparecían en el cine, eran el científico loco, o el solitario que se casa con la amiga fea de la buena. Construían y lanzaban cohetes a la luna, pero en cámara aparecían los astronautas: mandíbula cuadrada, capitán del equipo de fútbol, piloto ejemplar, macho alfa. Mientras, en la sala de control decenas de bajitos con gafas y reglas de cálculo se ocupaban de mantener con vida al héroe.

Hoy, por primera vez, ser ‘geek’ está de moda. Existe una Barbie Hacker, películas como Expediente X o The Matrix; revistas como Wired, el Vanity Fair del grupo. Sus aficiones otrora despreciadas (manga, sagas de ciencia ficción, juegos de ordenador), se extienden. Sus iconos (Steve Jobs, Bill Gates, Linus Torvalds) son ídolos culturales. Su ideología (‘copyright’, patentes de software, democracia virtual, cifrado) forman parte de la discusión política. Incluso su estética (el estilo hacker, la moda ciberpunk) marca tendencia. Lo ‘geek’ crece y se extiende en una sociedad en la que no sólo su aportación es cada vez más importante, sino que cada vez adopta e interioriza más esos valores. De ahí Neal Stephenson, el novelista ‘geek’, y su éxito.

Será mejor que nos vayamos acostumbrando, porque vamos a pasar mucho tiempo en el mundo de Stephenson. Un mundo que no es menos, ni más humano que aquél regido por la inteligencia emocional, pero donde lo ‘geek’ va a crecer en importancia, compensando quizá milenios de desequilibrio. Lo humano vuelve a tener dos patas; el mundo es también ‘geek’.

Criptonomicón, más que la Biblia Hacker
Neal Stephenson es ‘geek’, y Criptonomicón es el arquetipo de la novela ‘geek’; con sus virtudes y defectos. Poca lírica hay en Criptonomicón, y ninguna descripción de sentimientos. Stephenson parece ciego ante los sentimientos ajenos o propios. Pero los describe mediante una aguda observación que consigue que los personajes nos cuenten cosas que ellos mismos desconocen, o no sabrían nombrar. Criptonomicón no habla de sentimientos, pero nos permite deducirlos. El ejercicio merece la pena, porque muchos de los personajes son de lujo. Conviene también destacar la increíble riqueza y precisión de detalle respecto a máquinas e historia, con tal nivel de familiaridad que las tecnologías se convierten en metáforas. Stephenson conoce las máquinas, y en especial los ordenadores. Y ahí está su punto flaco. Criptonomicón es una máquina de múltiples engranajes engarzados con precisión. Stephenson teje innumerables temas que abarcan desde la Segunda Guerra Mundial al Silicon Valley de hoy mismo; desde las matemáticas puras hasta la economía de la alta tecnología; desde el holocausto a la política del mañana. Y cada rueda dentada encaja con otra; ninguna queda suelta. Todas las acciones están relacionadas, y todos los personajes están, han estado o estarán en contacto. No hay cabos sueltos; el azar no tiene sitio en un universo que, porque es informático, es férreamente newtoniano. Así, reto al lector a descubrir al Segundo Hijo de Bobby Shaftoe; uno de los innumerables huecos por donde Stephenson es incapaz de dejar ni un átomo de caos. Lo cual no impide al autor desarrollar un espléndido y socarrón sentido del humor, que no respeta vaca sagrada alguna. Empiece a viciarse con el Universo Stephenson. Ediciones B acaba de publicar en su Colección Nova el primer tercio de la novela, que en la edición española se ha ido a más de 1.200 páginas y tres tomos. Criptonomicón se lee como las viejas novelas de aventuras, pero tiene mucha miga; todos los temas que marcarán el futuro de nuestra sociedad están ahí. Es mucho más que la biblia Hacker. Es literatura del mañana.

José Cervera

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Libro electronico:
Criptonomicón: El código aretusa

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